Publicado en EL CARIBE en 8-1-08
La terrible inseguridad que existe actualmente en el país impacta grandemente la cotidianidad de los dominicanos incluso en áreas que muchas veces pasan desapercibidas pero que igualmente afectan su calidad de vida.
Hace unos días noté que una vecina que acostumbraba a salir a caminar para ejercitarse, ahora lo hacía en el parqueo de su edificio. La curiosidad me hizo preguntarle por qué había restringido el área a una mucho más incómoda y me explicó el miedo que siente por los ya cotidianos hechos de violencia que están ocurriendo y cómo esto la ha llevado a tener que conformarse con menos espacio a cambio de la parcial protección que ofrecen unas rejas.
Me percaté de que se estaba convirtiendo esta lamentable situación en una tendencia cuando vi otras dos vecinas haciendo lo mismo en sus respectivos hogares. No obstante, me causó molestia y dolor tener que ver a mi propia madre trotando en el patio de mi casa porque, con sobradas razones, se siente insegura de salir.
Estas mujeres, que tristemente engrosan unas cifras ya muy altas, se levantan temprano a trabajar a pesar de que con gran parte de lo que producen se queda el Estado a manera de unos mal llamados “impuestos” que de ninguna forma son retribuidos. Ellas cuidan sus hogares a pesar de lo difícil que es sin energía eléctrica y con un combustible tan costoso. Hacen las compras del hogar a pesar que de cada vez el dinero que se gasta es más y la calidad de lo que se compra es menos. Educan a sus hijos aunque sea una carrera de obstáculos en medio de una sociedad corrompida que estimula los antivalores y desincentiva el cultivo de las virtudes. En general, la vida de estas cuasi heroínas es compleja y agotadora, y por tanto, deberían al menos poder llevar a cabo las cosas que les gustan libremente.
Sin embargo, dicha libertad, que constituye un derecho fundamental que debe ser garantizado por el Estado, es cercenada cada vez que alguien, como ellas, no puede salir de su casa ni siquiera a ejercitarse por temor a la creciente desprotección que muchos viven en la República Dominicana.
Lo peor es que los victimarios protagonistas de esta interminable ola de violencia y delincuencia que arropa el país, además de su condición, están sobreprotegidos por un código procesal penal aberrante que hace casi imposible que sean castigados. En cambio, las reales y potenciales víctimas se tienen que recluir en sus hogares, limitar sus actividades y convertirse en temerosos prisioneros que se amargan por la impotencia ante un statu quo que no presenta soluciones y politiqueras autoridades que no muestran una verdadera voluntad por encontrarlas.
Hace unos días noté que una vecina que acostumbraba a salir a caminar para ejercitarse, ahora lo hacía en el parqueo de su edificio. La curiosidad me hizo preguntarle por qué había restringido el área a una mucho más incómoda y me explicó el miedo que siente por los ya cotidianos hechos de violencia que están ocurriendo y cómo esto la ha llevado a tener que conformarse con menos espacio a cambio de la parcial protección que ofrecen unas rejas.
Me percaté de que se estaba convirtiendo esta lamentable situación en una tendencia cuando vi otras dos vecinas haciendo lo mismo en sus respectivos hogares. No obstante, me causó molestia y dolor tener que ver a mi propia madre trotando en el patio de mi casa porque, con sobradas razones, se siente insegura de salir.
Estas mujeres, que tristemente engrosan unas cifras ya muy altas, se levantan temprano a trabajar a pesar de que con gran parte de lo que producen se queda el Estado a manera de unos mal llamados “impuestos” que de ninguna forma son retribuidos. Ellas cuidan sus hogares a pesar de lo difícil que es sin energía eléctrica y con un combustible tan costoso. Hacen las compras del hogar a pesar que de cada vez el dinero que se gasta es más y la calidad de lo que se compra es menos. Educan a sus hijos aunque sea una carrera de obstáculos en medio de una sociedad corrompida que estimula los antivalores y desincentiva el cultivo de las virtudes. En general, la vida de estas cuasi heroínas es compleja y agotadora, y por tanto, deberían al menos poder llevar a cabo las cosas que les gustan libremente.
Sin embargo, dicha libertad, que constituye un derecho fundamental que debe ser garantizado por el Estado, es cercenada cada vez que alguien, como ellas, no puede salir de su casa ni siquiera a ejercitarse por temor a la creciente desprotección que muchos viven en la República Dominicana.
Lo peor es que los victimarios protagonistas de esta interminable ola de violencia y delincuencia que arropa el país, además de su condición, están sobreprotegidos por un código procesal penal aberrante que hace casi imposible que sean castigados. En cambio, las reales y potenciales víctimas se tienen que recluir en sus hogares, limitar sus actividades y convertirse en temerosos prisioneros que se amargan por la impotencia ante un statu quo que no presenta soluciones y politiqueras autoridades que no muestran una verdadera voluntad por encontrarlas.
4 comments:
No te desanimes si aquellos a quienes desnudas con tus palabras te agreden o pagan a otros para que lo hagan. Siempre habrá gente inteligente que sabrá leer las verdades en tus escritos y tu corazón. Bendiciones para ti.
Muy cierto Leila! me encantó sobre todo lo que dijiste sobre el incentivo a los antivalores, verdaderamente lamentable.
Estoy bien de acuerdo con este post, el miedo es tan grande que cuando uno sale a la calle y ve un policia se atemoriza mas que cuando ve a una persona desconocida, porque esas instituciones castrences estan podridas.
cuasiherinas no, heroinas se oye mejor. hay que tener respeto por ese miedo que siente la gente y no es para mas, las autoridades no hacen nada ni les importa y esos delincuentes que salen a las calles a atracar no tienen respeto por la vida de las personas.
Post a Comment