Publicado en el periódico EL CARIBE en 11-12-08
Muchas veces las formalidades que impone el derecho a los abogados implican el uso de calificativos dirigidos a los jueces que en la mayoría de los casos les quedan demasiado grandes.
Llevé un caso ante la justicia que me confirmó mis aprehensiones y las fuertes críticas que por años he dirigido al sistema judicial.
Abuso de poder, absoluta falta de independencia y una creciente cantidad de lujos como osos decorativos importados, escritorios de medio millón de pesos, pisos de mármol, entre muchos otros engrosan las profundas deficiencias e inequidades de uno de los peores sistemas de justicia del mundo.
En ese escenario, no estoy clara en qué es lo que más abunda, si jueces que toman decisiones basadas en conveniencias personales o jueces ineptos que toman decisiones basadas en su ignorancia. De todas formas, el resultado es el mismo: una justicia injusta, una sentencia viciada y, en muchos casos, una víctima nueva vez victimizada.
Lo que es más común es la incapacidad para tomar sin temores decisiones que afecten grandes intereses. En ese orden, se ha hecho habitual el empleo retorcido de tecnicismos procesales como bajaderos para evitar siquiera decidir el fondo de los casos.
No existe en el país la independencia necesaria para que los actores del poder judicial fijen posiciones justas si las mismas generan enemistades con sectores influyentes. Y es que para tomar decisiones sin importar cuáles poderosos se sientan lesionados, hay que tener mucha responsabilidad y, penosamente, esa es una característica que ya no se encuentra en los palacios de justicia. Más bien, lo que hay son salas de audiencia presididas por malas copias de Poncio Pilatos.
A esos, a quienes las circunstancias me forzan a llamarles honorables, quiero recordarles que el papel de la justicia debe ser trazar la línea para evitar atropellos y, quiero reiterarles lo que ya en estrados he dicho: que deseo equivocarme cuando digo que el sistema está dañado, que quiero ser sorprendida por una expectativa para mi generación, por un ejemplo para jóvenes que aún conservan intactos sus ideales. Lo lamentable es que la práctica en los tribunales fortalece la certeza de que por ahora no será así.
Algo positivo, sin embargo, ocurre. Y es que la sociedad que por mucho tiempo estuvo anestesiada ya está despertando. La gente expresa su desconfianza en el sistema judicial, rechaza sus vicios y poco a poco está comenzando a señalar con dedo acusador a sus protagonistas. Por tanto, de seguir los espectadores gestando ideas para tratar de involucrarse en un verdadero cambio, que se preparen los honorables, que quizás las ventas en ese mercado de inmoralidades muy pronto sean desenmascaradas.
Llevé un caso ante la justicia que me confirmó mis aprehensiones y las fuertes críticas que por años he dirigido al sistema judicial.
Abuso de poder, absoluta falta de independencia y una creciente cantidad de lujos como osos decorativos importados, escritorios de medio millón de pesos, pisos de mármol, entre muchos otros engrosan las profundas deficiencias e inequidades de uno de los peores sistemas de justicia del mundo.
En ese escenario, no estoy clara en qué es lo que más abunda, si jueces que toman decisiones basadas en conveniencias personales o jueces ineptos que toman decisiones basadas en su ignorancia. De todas formas, el resultado es el mismo: una justicia injusta, una sentencia viciada y, en muchos casos, una víctima nueva vez victimizada.
Lo que es más común es la incapacidad para tomar sin temores decisiones que afecten grandes intereses. En ese orden, se ha hecho habitual el empleo retorcido de tecnicismos procesales como bajaderos para evitar siquiera decidir el fondo de los casos.
No existe en el país la independencia necesaria para que los actores del poder judicial fijen posiciones justas si las mismas generan enemistades con sectores influyentes. Y es que para tomar decisiones sin importar cuáles poderosos se sientan lesionados, hay que tener mucha responsabilidad y, penosamente, esa es una característica que ya no se encuentra en los palacios de justicia. Más bien, lo que hay son salas de audiencia presididas por malas copias de Poncio Pilatos.
A esos, a quienes las circunstancias me forzan a llamarles honorables, quiero recordarles que el papel de la justicia debe ser trazar la línea para evitar atropellos y, quiero reiterarles lo que ya en estrados he dicho: que deseo equivocarme cuando digo que el sistema está dañado, que quiero ser sorprendida por una expectativa para mi generación, por un ejemplo para jóvenes que aún conservan intactos sus ideales. Lo lamentable es que la práctica en los tribunales fortalece la certeza de que por ahora no será así.
Algo positivo, sin embargo, ocurre. Y es que la sociedad que por mucho tiempo estuvo anestesiada ya está despertando. La gente expresa su desconfianza en el sistema judicial, rechaza sus vicios y poco a poco está comenzando a señalar con dedo acusador a sus protagonistas. Por tanto, de seguir los espectadores gestando ideas para tratar de involucrarse en un verdadero cambio, que se preparen los honorables, que quizás las ventas en ese mercado de inmoralidades muy pronto sean desenmascaradas.
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