Publicado en OH MAGAZINE en 29-3-08
Me sorprendió bastante cuando me enteré que el mejor amigo de mi primo lo había traicionado y hoy era su principal detractor. No soy ingenua ni tiendo a presumir o esperar a priori la buena fe de todas las personas, sin embargo, me extrañó dicha reacción en alguien que constituía el privilegiado en una relación de amistad desigual.
Mi primo siempre estaba disponible para ayudar a sus amigos, ya sea resolviendo problemas, mediando en situaciones familiares y hasta sirviendo de agencia de empleos y/o de organismo de financiamiento. Él dejaba de atender asuntos personales para solucionar situaciones a requerimiento de sus amistades, asumía sus adversidades como propias, pagaba cuentas, mentía por ellos si era necesario y, curiosamente, nunca hacía reclamos ni alarde de sus acciones. Recuerdo que en una ocasión le comenté que me parecía injusto que sus amigos no le fueran recíprocos, pero dejé de insistir cuando noté que lo que más le importaba era que se pudiese contar con él y, a diferencia de Benedetti en “Hagamos un trato”, no pedía ni esperaba algo a cambio.
Hace pocos días, el más cercano de esos amigos aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para dar la espalda a quien fue para él más que un hermano y, sin mucho esfuerzo, hoy constituye su principal enemigo. Yo, impresionada porque pensaba que lo menos que puede hacer un beneficiado es no lesionar la mano que incondicionalmente te ayuda y confundida porque había dado por sentado que la gratitud era un sentimiento lógico y natural, decidí utilizar el acontecimiento de mi primo, las experiencias de otros allegados y algunas situaciones personales recientes para reflexionar con mayor detenimiento sobre el tema y llegar a conclusiones nuevas y muy diferentes a las que, confieso que con cierta ligereza, anteriormente había asumido.
Primero, entendí que no es lo mismo dar gracias que ser agradecido. A veces las palabras de agradecimiento se expresan, y hasta favores se hacen, en virtud de una presunta reciprocidad simplemente para no lidiar con la carga de tener deudas de gratitud.
Por otro lado, comprendí que, aunque resulte una extraña paradoja, mucha gente no perdona al que es desprendido, altruista o demasiado servicial. Tal vez porque realza los defectos de algunos a quienes ayuda pues, por los contrastes, pone en evidencia a los mezquinos, oportunistas y aprovechados que, lamentablemente, constituyen una aplastante mayoría en ciertos círculos sociales.
Finalmente, me convencí de que la gratitud es uno de los sentimientos más exclusivos que existen; pocos tienen la calidad humana para permitirse experimentarlo sin remordimientos y menos aún dan cabida a la necesidad de demostrarlo a quienes lo merecen. Por tanto, rigurosos criterios de selectividad deben imponerse para que los tratamientos especiales sean únicamente concedidos a aquellos pocos que tienen la misma característica.
Le dije entonces a mi primo que no espere genuinos gestos de agradecimiento por parte de todo el mundo pues, a fin de cuentas, se requiere un buen joyero para reconocer una verdadera joya. Él de ninguna manera los esperaba. Como tampoco esperaba una traición que fue lo único que le quedó. Y tal vez la lección que le ha quedado sea tan fea que cambie su personalidad, o tal vez no; de lo que estoy segura es que a mí, sí me ha hecho reflexionar.
Mi primo siempre estaba disponible para ayudar a sus amigos, ya sea resolviendo problemas, mediando en situaciones familiares y hasta sirviendo de agencia de empleos y/o de organismo de financiamiento. Él dejaba de atender asuntos personales para solucionar situaciones a requerimiento de sus amistades, asumía sus adversidades como propias, pagaba cuentas, mentía por ellos si era necesario y, curiosamente, nunca hacía reclamos ni alarde de sus acciones. Recuerdo que en una ocasión le comenté que me parecía injusto que sus amigos no le fueran recíprocos, pero dejé de insistir cuando noté que lo que más le importaba era que se pudiese contar con él y, a diferencia de Benedetti en “Hagamos un trato”, no pedía ni esperaba algo a cambio.
Hace pocos días, el más cercano de esos amigos aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para dar la espalda a quien fue para él más que un hermano y, sin mucho esfuerzo, hoy constituye su principal enemigo. Yo, impresionada porque pensaba que lo menos que puede hacer un beneficiado es no lesionar la mano que incondicionalmente te ayuda y confundida porque había dado por sentado que la gratitud era un sentimiento lógico y natural, decidí utilizar el acontecimiento de mi primo, las experiencias de otros allegados y algunas situaciones personales recientes para reflexionar con mayor detenimiento sobre el tema y llegar a conclusiones nuevas y muy diferentes a las que, confieso que con cierta ligereza, anteriormente había asumido.
Primero, entendí que no es lo mismo dar gracias que ser agradecido. A veces las palabras de agradecimiento se expresan, y hasta favores se hacen, en virtud de una presunta reciprocidad simplemente para no lidiar con la carga de tener deudas de gratitud.
Por otro lado, comprendí que, aunque resulte una extraña paradoja, mucha gente no perdona al que es desprendido, altruista o demasiado servicial. Tal vez porque realza los defectos de algunos a quienes ayuda pues, por los contrastes, pone en evidencia a los mezquinos, oportunistas y aprovechados que, lamentablemente, constituyen una aplastante mayoría en ciertos círculos sociales.
Finalmente, me convencí de que la gratitud es uno de los sentimientos más exclusivos que existen; pocos tienen la calidad humana para permitirse experimentarlo sin remordimientos y menos aún dan cabida a la necesidad de demostrarlo a quienes lo merecen. Por tanto, rigurosos criterios de selectividad deben imponerse para que los tratamientos especiales sean únicamente concedidos a aquellos pocos que tienen la misma característica.
Le dije entonces a mi primo que no espere genuinos gestos de agradecimiento por parte de todo el mundo pues, a fin de cuentas, se requiere un buen joyero para reconocer una verdadera joya. Él de ninguna manera los esperaba. Como tampoco esperaba una traición que fue lo único que le quedó. Y tal vez la lección que le ha quedado sea tan fea que cambie su personalidad, o tal vez no; de lo que estoy segura es que a mí, sí me ha hecho reflexionar.
2 comments:
un adagio oriental dice: El día que veas las aguas fluir río arriba, alguien está devolviendo un favor...
Se tiende a ser “agradecidos” con aquellos que en un futuro pueden ser útiles a las causas que nos mueven... Ni siquiera las gracias parecen ser gratuitas en tierra de hombres...
Gilberto
Objio.blogspot.com
H.N.Y 2009
http://ferzvladimir.blogspot.com/2008/08/la-serpiente-el-campesino-y-la-garza.html
Post a Comment