Tuesday, March 29, 2016

ENCUESTAS COMO ESTRATEGIA DE MARKETING

La mayor parte de las firmas encuestadoras de reconocimiento mundial gozan de un prestigio que nunca arriesgarían por acomodar números en beneficio de quienes las hayan contratado, y menos aún en un país pequeño que en términos proporcionales representa un mercado poco significativo en el universo de sus clientes.

Las que han caído en la tentación de ser utilizadas como estrategia de marketing en lugar de instrumentos de medición han evidenciado conflictos y rupturas entre sus socios y acusaciones que han afectado de manera irreversible su credibilidad.

Un ejemplo es la antigua encuestadora Penn, Schoen & Berland que luego pasó a ser Penn & Schoen y en la actualidad ya sólo es Penn. La firma vaticinó que Barack Obama no tenía posibilidad de ser siquiera candidato para las elecciones de 2008 en Estados Unidos. En Venezuela pronosticó que Chávez perdería el referendo con una votación en contra del 59%, cuando en realidad ganó con una votación a su favor de 59%. En las elecciones presidenciales en dicho país, la firma señalaba que Chávez tenía un 53% mientras Rosales tenía el 47%. Al final Chávez terminó con 63% y Rosales con 37%.

En las elecciones de mayo de 2004 en República Dominicana la encuestadora pronosticó que el PRD obtendría 19%. El PRD obtuvo un 33%, es decir, 14 puntos por encima del pronóstico. En las elecciones de 2008 pronosticó que Miguel Vargas obtendría un 32%. Miguel Vargas obtuvo el 40.48%.

El propósito es evidente: alterar la apreciación de los votantes e influenciar en la opinión pública para crear lo que sociólogos y psicólogos llaman “Efecto Pigmalión”, que es una especie de profecía autocumplida, una expectativa infundada que incita a las personas a actuar en forma de hacer que algo que en principio no era cierto se convierta en una realidad.

En el actual escenario electoral lograr cambiar un panorama inconveniente es probablemente la motivación principal que tienen algunos medios para publicar desacertadas encuestas que dan a ciertos candidatos con buenos números y, aunque no los colocan en primeros lugares (sería excesivo el descaro), les otorgan niveles de popularidad que les darían un margen para librar la batalla.

Me parece peligroso para la democracia que algunos grupos de comunicación se presten al juego del manejo de la percepción y la proyección de una realidad a partir de una construcción mediática para favorecer intereses de los sectores empresariales que los sustentan.

Depende de nosotros los votantes decidir si seremos o no sus borregos.

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